La pasión desenfrenada

(Forma parte de la muestra «Vidas Encajonadas», obras plásticas y textos de Claudio Rama, expuesta en Tribu, Maldonado 1858, de martes a sábado desde las 5 pm, bajo producción de Pincho Casanova de Pozo de Agua)

Jugadores profesionales, organizados y estructurados junto con hinchas fanáticos y descabezados por sus pasiones. Unos juegan para los otros, y los que no juegan, viven por los que juegan. Estamos en tiempos de pasiones desenfrenadas, y en ellas perdemos nuestra vida. El fútbol, deporte de multitudes, gran negocio, y actividad social que muchas veces se torna violenta y alimenta irracionales deseos de lucha, de odio, de triunfos y conquistas. 

Sus hinchas son también una multitud que pierde la razón en una pasión desenfrenada. Se pierde la cabeza en ese mundo de la pasión, transformándose en descabezados carentes de conciencia y control. Y sus acciones de pasión son los motores que alimentan el juego, que no existe sin esas barras, hinchas y desaforadas pasiones, que pierden sus cabezas al pasar los minutos y los partidos. El juego gana y son los jugadores que tienen las cabezas en sus pies, que la multitud aclama. Mientras la pelota se mueve, ese ser colectivo se apropia de los momentos y pierde su raciocinio. 

La pasión es de multitudes anónimas. El fútbol es el negocio mayor por encender pasiones y crear hinchadas irracionales. Allí está su corazón como deporte: en la pasión desenfrenada, en la pérdida de lo individual, en la transformación en un colectivo y su capacidad de mover sentimientos irracionales. Se transfieren los centros de las vidas privadas al club, al equipo, al jugador individual, a los colores de la camiseta, a sus historias infinitas, transformando a las personas y crear pasiones que dan sentido a muchas vidas. No logramos despertar y crear ese estado emocional solos, sino que necesitamos ese impulso externo y un colectivo para que nos ayude a brotar la sangre, genere las energías y el sentido irracional de la vida que solos no alcanzamos a llenar plenamente. 

Por ellos nos volvemos unos descabezados atados al negocio de crearnos nuestras pasiones y ser consumidores adoradores en los estadios, los templos del siglo presente. El centro no es sólo el juego, sino alimentar nuestras pasiones, quitarnos nuestras realidades, borrar nuestras preocupaciones, y darnos un sentido a nuestra cotidianidad alimentando nuevas ilusiones en el vivir. Cada partido es una nueva esperanza antes y después, con minutos acelerados de entusiasmo, de angustia y de realización. No es solo un momento o incluso ni sólo un juego. 

Cada partido está amarrado a un camino infinito de nuevos juegos dedicados a inflar nuestras expectativas y pasiones, creándonos nuevas ilusiones. Somos los perros del señor Pavlov gritando y babeando esperanzados ante jugadas y goles. Animales esperando el premio. El fútbol nos vuelve animales, nos regresa a nuestro estado previo, a la tribu. Hombres y masas nos alternamos en cada minuto en el tiempo del juego. De este ciclo saldremos siempre o más solos o frustrados, o más colectivos y esperanzados.

¿Qué otra cosa mejor para vivir descabezados y esperanzados? Nosotros no podemos hacer sus finos y casi exquisitos movimientos en la cancha, ni tener sus oropeles. Estamos fuera de esa lid, estamos solos, pero agradecemos la oportunidad de alimentarnos nuestra pasión desenfrenada. Queremos ser descabezados pero que sean 90 minutos maravillosos, claman esperanzados todos los hinchas.

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