Una tormenta solar catastrófica puede golpear la Tierra en los próximos 10 años

En la mañana del 1 de septiembre de 1859, Richard Carrington se dio cuenta que algo infrecuente pasaba con el Sol. Como todos los días, lo observaba mediante un telescopio desde su jardín en Londres, fascinado por las manchas solares. Fue muy afortunado al poder observar una enorme llamarada emergiendo de su superficie y, en medio de la sorpresa, se percató de que era un evento extraordinario.

Sin embargo, los limitados conocimientos sobre meteorología espacial de la época no permitieron medir la gravedad de la situación: una enorme Eyección de Masa Coronal (CME por sus siglas en inglés) que lanzó al cosmos una cantidad de energía equivalente a la liberada por diez mil millones de bombas atómicas se disparaba desde la superficie del Sol y tenía en su trayectoria a la Tierra. Sus efectos se harían notar unas 17 horas más tarde.

El telégrafo fue el que sufrió las peores consecuencias derivadas de esta tormenta solar, al colapsar por las interferencias electromagnéticas que llegaron a hacer arder los cables de las líneas que transportaban la señal. Por primera vez, el mundo quedó prácticamente incomunicado, y el impacto en las actividades y la economía fue significativo. Se considera que el evento Carrington (llamado así por su descubridor) ha sido la tormenta solar de mayor magnitud registrada en los últimos 500 años. El 23 de julio de 2012, la Tierra esquivó por tan sólo 9 días una eyección de masa coronal similar a la del evento Carrington de 1859. Si esta tormenta solar se hubiera producido una semana antes, la catástrofe hubiese sido de proporciones bíblicas y aún estaríamos tratando de recomponer los sistemas afectados. Según estudios, sólo el costo de reponer el sistema eléctrico dañado en los Estados Unidos hubiese sido de aproximadamente 2.6 billones de dólares, y tomaría al menos unos 4 años.

Si una tormenta solar catastrófica ocurre en un contexto como el actual puede colapsar el suministro de energía, millones de personas quedarán sin refrigeración ni comunicaciones. No habría electricidad para el almacenamiento y la distribución de alimentos y agua. Los servicios sanitarios y de salud no podrían responder de manera adecuada. Las transacciones bancarias se verían interrumpidas, seguidas de un colapso comercial global. Las ayudas a la navegación como el GPS ya no funcionan, y muchas actividades dependientes de información satelital dejarían de ofrecer sus servicios inmediatamente y, al producirse una serie de colisiones entre satélites, será imposible reestablecer la funcionalidad en varios años. Internet desaparecería. 

La probabilidad de que una tormenta solar catastrófica golpee la Tierra es del 12% en los próximos 10 años. Por eso es importante preparar planes de contingencia: el desastre menos pensado y más temido puede llegar en cualquier momento.

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