Mataron a San Romero

El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.
San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie hará callar tu última homilía!”
Mons. Casaldáliga

Tuve que peinar canas, para darme cuenta la vida rica y plena que tuve. Con Ortega y Gasset. “Soy yo y las circunstancias que me rodean.” Pasaban cosas desgarradoras. La muerte de alguien querido implicaba el deber que no fuera en vano. La tragedia, venía de la mano de un arma invencible: la solidaridad. Sin tanta desgracia, por ejemplo, no me hubiera, hecho amigo de Oscar Arnulfo Romero.

Era muy joven para darme cuenta. Cuando quedo solo en Washington, recibí afecto y solidaridad. Pero al inicio estaba muy solo. Habíamos salido de Argentina tras la muerte deToba y Zelmar, Había estado con ellos la noche que se los llevaron. Salimos como pudimos, convivimos con papá muy intensamente hasta el reencuentro con mamá en Europa.

Viajamos a Washington donde mi padre dio testimonio en audiencias del Congreso de EEUU. Finalmente había que quedarse en algún lado. Ellos deciden Londres, porque era la sede de Amnistía Internacional, que había sido clave, en rescatarnos con vida del Buenos Aires en junio del 76.

Decidí quedarme. El testimonio del viejo, había dejado huella. Un Congresista, Ed Koch, manejaba la idea del Corte de la ayuda militar a Uruguay. Yo no tenía idea de cómo se llegaBA a un legislador gringo. Pero lo decidí en el mismo aeropuerto. “Me quedo a hacer lobby”. 

Mamá advirtió la verdad: Es “una locura”. Esa noche dormí en la estación de tren y al día siguiente estaba ya a toda máquina. Creo, no estoy seguro, de que quedarme en EEUU me hacía además sentir seguro. ¡Grave error! Pero sin tener conciencia de la importancia, me hice amigo de Kennedy, Koch…y Romero

Comencé a buscar trabajo en una franja muy estrecha: derechos humanos, política de EEUU, etc. Primero fue el Prof. Larry Birns, director del Consejo de Asuntos Hemisféricos. Me daba cobijo institucional y me dejaba dormir en un sofá de la oficina. Luego conseguí una pasantía en el Instituto de Estudios Políticos (IPS).

La idea nació en casa de Orlando Letelier, ex Embajador de Allende en Washington. Conmemoraba la Fiesta Nacional Chilena. El 18 de setiembre del 76, era sábado. Era una mejora, porque me pagarían un estipendio. Empecé el lunes 20. El martes 21, a cuatro cuadras de su oficina, estalló una bomba bajo su auto. Otra muerte.También murió su secretaria Ronnie Moffit. Creí que me quedaba sin fuerzas. 

La Oficina de Washington para América Latina (WOLA) me abrió sus puertas. Me dieron un escritorio, pero no había plata. Meses después, el Padre Descoto (1er Canciller del gobierno sandinista) obtuviera fondos de su congregación.

Ello hizo que me topara con Mons. Romero. Mi amigo Diego Achard los noticieros de Canal 13 de México. Me ofreció ser corresponsal en Washington. No había conexión satélites, ni celulares, ni nada. Nos comunicábamos 4 veces al día por teléfono y me grababan. De eso viví unos meses.

A fines del 77 Diego me advierte que la Universidad de Georgetown le ha otorgado un título Honoris Causa a Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Me iba a mandar cámaras para que le hiciera una nota cuando llegara. En plena Guerra Civil en Centro América Romero se había vuelto, la voz de los que no tenían voz.

Resultó que Romero aceptaba el homenaje pero no saldría de El Salvador. Podía, quizás, enviar un representante. Me llevé una gran desilusión. Pero rápidamente, como en la vida, el rumbo cambió su curso. La Universidad resuelve trasladar su claustro a San Salvador.

Le aviso a Diego. Me dice que mandará cámaras a San Salvador y me pagará el pasaje. Así, el 14 de febrero del 78 en el salón de actos de la Catedral salvadoreña le conocí. Terminada la ceremonia ofreció un brindis a quienes habían viajado del exterior. La gente se iba yendo cuando me acerque a despedirme y agradecerle la nota. “Espera un poco”, me dijo ”tengo algo para hablar contigo.me hacen gracia tus cuentos”. Un halago. Pero agregó, Pero estás muy triste.”

No se que botón mágico apretó que hice una catarsis de casi un hora con el relato de lo que había vivido el último año y medio. Y, me sorprendí a mi mismo, cuando le espeté “además no se llorar cuando pasa algo triste. De emoción, si, enseguida, de tristeza no.” Ahí me di cuenta que no había vuelto a llorar.

No lloré a Zelmar y Toba, no lloré cuando mi padre sollozaba abrazo de mi en la Embajada de Austria en Argentina. No lloré a Letelier. Me di cuenta al contárselo a él. Me ruboricé le pedí perdón. El me dijo “creo que te entiendo, a mi me pasa lo mismo. Me voy sólo, al huerto miro al cielo, y al bajar la mirada lloro.”

Creo que ahí pasó a ser mi amigo, aunque yo no tenía ni idea de cuanto iba a influir en mi vida hasta el día de hoy. Se había hecho tarde. Me pregunta donde me quedaba y yo no me había registrado en hotel alguno. “Acompáñame y te quedas en casa.” Advertí que no vivía en el Palacio Episcopal. Condujo su camioneta marrón. Su casa era una cabaña modesta y cálida, en el jardín de un hospital para niños con cáncer.

Al otro día me llevó al aeropuerto. Me costó despedirme. “Casi lloro” le dije, porque no “es tristeza sino emoción”. En voz serena pero firme me dijo “Prueba: sólo en el huerto, mira al cielo y luego lo que te rodea.” Todavía hoy, sigo encontrándoles nueva interpretaciones a su mensaje.

De regreso a Washington recordaba aquel encuentro. Cicatrizaba heridas muy abiertas. Menos de un mes después, asesinan a su amigo, secretario y confesor, el Padre Rutilio Grande. No se de donde saqué plata pero fui a verlo. Muy sereno, pero con la mirada triste. El papa Paulo VI, le había llamado. Tomaba su foto de la mesa de luz mientras lo contaba. Hasta hoy, la foto de Paulo VI sigue allí.

“Fui al huerto” dijo. Yo sentí: “pude llorar”. Le visité siempre que pude. No recuerdo cuántas veces. Por ahí esta anotado. En mis agendas donde anotaba TODO, el 24 de marzo del 80 está rallado con rabia MATARON A ROMERO. Corrí desde la oficina, frente al Capitolio hasta Tabor House, una comunidad de base cristiana que le tenía a él como referente. El Padre Hinde celebró Misa muy informalmente

Siendo embajador en Argentina conocí al hoy Papa Francisco. Le hablaba mucho de Romero. Lo hizo Santo. Y me invitó a la ceremonia de beatificación. Conservo entre mis reliquias: las fotos de ese día, especialmente cuando como reliquia suben la camisa manchada de sangre a la altura del corazón. Seguí yendo a El Salvador tras el fin del exilio. Pasaba horas recostado a su tumba.

Hace un par de años, una amiga, Joy Olson, ‘ me regaló la copia de una carta cuya existencia ignoraba. Dirigida a la Conferencia Episcopal, pedía apoyo al trabajo de nuestra oficina, la WOLA.

Cuando la Parroquia de la Cruz en Montevideo tomó su nombre empecé a ir todos los domingos. Vivo en el Centro, pero allí está mi barrio, mi gente, mi comunidad. Fernando y Miguel, los curas…Sigue, cada tanto, 42 años después golpeando a mi puerta. 

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